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Captura de pantall de texasmonthly.com/interactive/big-list-willie-nelson-albums-ranked

Willie Nelson may be the most important figure in country music history; if he’s not, only Hank Williams matters more. Willie’s also one of the most important musical artists in American history, a first-name-only giant like Elvis and Ella. The contours of the career that brought him to those heights are familiar. There was the huge, early-sixties success writing songs like “Crazy” and “Hello Walls” for big country stars, then the failed attempt to become one himself over the rest of the decade, his talents an ill fit for a stiff Nashville mold. There was his earthy rebirth in Austin in the seventies, when he started playing by his own rules and helped invent the outlaw subgenre that made country cool for a younger, rock-bred audience.

¿Qué le parece que se juzguen otras canciones suyas, como ‘Sí, sí’, desde la óptica actual de la híper-literalidad?

Todos debemos intentar luchar contra eso. Creo que el arte debe ser territorio salvaje, sin normas morales ni éticas. Una plasmación gráfica del subconsciente. Y el subconsciente no tiene normas éticas. Por eso no debemos juzgar el arte con las normas morales con las que juzgamos los hechos civiles. Es abstracto por definición, y es estúpido y medieval aplicarle normas referidas al machismo, al feminismo, al racismo, a la violación o a lo que sea. Vaya usted a saber qué quería decir el autor. El arte es precisamente la huida de lo literal. Bastante literal es que te atropelle un coche. Ni los autores sabemos que estamos escribiendo como para juzgarlo moralmente y castigarlo. Es muy peligroso y creo que se está cargando el arte.

Is that an unpopular opinion? It’s always been my favorite track on abbey road. You never give me your money, the end and she came in throught the bathroom window are the three tracks from the medley that never get old for me while golden slumbers and carry that weight’s big impact from the first listen diminished greatly in repeated listenings. Same goes for let it be, the song not the album.

In contrast to the White Album and Let It Be, Abbey Road – released in September 1969 – found The Beatles operating relatively cohesively; attempting to pull together, in step with one another if not exactly on the same page. «Abbey Road was really unfinished songs all stuck together,» bemoaned John Lennon. «None of the songs had anything to do with each other, no thread at all.”

It was the final collection of songs The Beatles recorded together…

Escena de Gety Back

The Beatles: Get Back is a documentary television series directed and produced by Peter Jackson. It covers the making of the Beatles’ 1970 album Let It Be (which had the working title of Get Back) and draws largely from unused footage and audio material originally captured for and recycled original footage from the 1970 documentary of the album by Michael Lindsay-Hogg. The docuseries has a total runtime of nearly eight hours, consisting of three episodes, each of duration between two and three hours covering about one week each, together covering 21 days of studio time.

¿De dónde sale el apodo de “Animal”?

En mi tercer concierto con los Enemigos íbamos de Zaragoza a Alicante y llegábamos tarde… muy tarde, como pasaba por aquel entonces, era el año 89. Íbamos en la furgoneta, entramos por las calles de Alicante para llegar al garito donde íbamos a tocar y de repente llegamos a una calle muy estrecha de sentido único. Había un R5 aparcado con el culo muy despegado de la acera y no cabíamos, la furgoneta no pasaba, no había forma… El road manager pitando y pitando y allí no salía nadie, y nosotros con una prisa que no veas, agobiados. Total que dije: “yo lo aparto…” me bajé de la furgoneta, cogí el coche por la parte trasera y apoyando la espalda en el cristal con las manos por el paso de rueda de atrás lo llevanté y lo metí en su sitio. Hay que decir que eso lleva una técnica… yo tenía un R5 y solía hacer eso cuando me quedaba mal aparcado, con lo cual ya sabía como hacerlo; no fue cosa del momento. Cuando entré en la furgoneta todos estaban callados mirándome, petrificados de lo que acababan de ver. Llegamos a tiempo a la sala, tocamos y todo salió bien. El viernes siguiente a aquella actuación, creo que fue, hicimos el programa ‘Música Golfa’ de Paco Pérez Bryan de TVE. Nos presentaba él mismo y Paco estaba hablando con Josele sobre el nuevo disco, la nueva incorporación que era el batería y le preguntó como se llamaba… y Josele le dijo: “Animal”. Curiosamente “Animal” era el apodo de un fotógrafo barbudo, con gafas y pelo largo que salía en la serie ‘Lou Grant’ de los años 80 y a mí aquel apodo me encantaba. Pero claro, el problema es que los apodos no los eliges tú, te los ponen logicamente… resulta que años después estoy tocando con Los Enemigos y Josele me presenta en pleno concierto como “Animal” así que a partir de ahí fui “Animal” y lo sigo siendo…

Mi lengua materna es el catalán, lo que pasa es que el castellano lo hablo más o menos bien. Uno tiene su acento, pero tengo más cultura musical en castellano que en catalán, porque en catalán no puedes escuchar prácticamente nada. En castellano es más jodido rimar porque siempre te queda una sílaba atravesada: tarará… ta!, y se te queda descolgada. El catalán lo encuentro más bonito que el castellano. Lo que pasa es que el español está más mal hablado por la gente, hay más cosas, más acentos, menos respeto por la lengua y, por tanto, se pueden hacer más cosas. Sin embargo, el catalán es una lengua con la que si te pones a crear palabras nuevas o a hacer gracias, como hago con el castellano, hay quien se sorprende. La gente piensa: pudiéndolo decir bien, por qué lo dices mal, ¡joder!. Eso en Cataluña es un razonamiento lógico. Claro, que también te puedes divertir porque podrías destrozarlo más. Tendría esa gracia, pero como no hay nadie que lo haga es más aburrido. El castellano es más divertido porque se juega más con la lengua. Es más poderoso, lo habla más gente. Creo que si al catalán le hubiera pasado lo mismo que al castellano sería cojonudo. Con el castellano sucede que lo escuchas mucho más, lo sientes y, por tanto, piensas también en castellano a la vez que en catalán. De hecho hace mucho que no escribo en catalán. Me olvidé total. Ahora he hecho cinco o seis canciones en catalán y me ha acabado pareciendo que ya no sé escribir en catalán.

Esa canción la solían tocar los músicos para hacer las pruebas de directo. Un día me dijeron: ¡Vamos a grabarla!, y la grabaron. Luego siguieron: ¡Vamos a meterla en el disco!, y yo dije ¡sí!, eso que digo siempre, pero la verdad es que no tenía ni la letra ni hostias, sólo ese play-back de puta madre. Busqué la letra original y no entendí absolutamente nada. Entonces, el Chavi, mi manager, que sabe inglés, me explicó lo que significaba la canción. La hice a partir de ahí. Me dije: el Joey me parece a mi que es un camello, y este otro es tal, y alguno que no sabes qué es, pues lo pones de otra manera y ya está. No sé si en realidad algún personaje se parece al de la canción original. Salió así. Cuando no sabes inglés, ¿qué vas a hacer? Lou Reed me gusta mucho, pero fui a elegir una canción que, de tan famosa que era, nunca me la ponía. En realidad es la que menos conocía de Lou Reed. Cuando haces una versión así pocas cosas puedes ofrecer que no sea tu punto de vista. Es un pedazo de canción, así que, o te la cargas y cuela, o si no ¿para qué vas a hacer una versión de “Walk on the wild side?

Joaquín Sabina y Javier Krahe, dos cantautores de magra figura y afilada guitarra. Son amigos y viven en Madrid, ciudad de la que vienen dando una foto robot con sus canciones entrañables o crueles. ¿Cómo hablar de los dos juntos, pero sin mezclarlos? Con Joaquín Sabina hablamos en el restaurante del Café Gijón, entre nobles maderas que recuerdan en su vetustez viejas tertulias de poetas habladores a la hora del café. Al final llega Javier y todavía tenemos tiempo de comentar la corrida de Antoñete que se celebraba aquella tarde y las excelencias de Javier López de Guereña como guitarrista. Para hablar con Javier Krahe vamos a su casa. Joaquín está presente y de cuando en cuando aporta su palabra para concretar una idea, redondear una frase o hacer una pregunta.

Mano Negra broke up, bitterly, before their best-selling album Casa Babylon was even released. The group had been set up as a democracy but Manu was the singer, songwriter and the artistic visionary, and eventually the tension became too great. The others turned on Manu, and when they refused to let him keep the name Mano Negra to use for another outfit, he thought his career was over. And he had also split up with his long-term girlfriend. He spent the next three years on an extended «lost weekend», pinballing around the world, traveling throughout South America and to west Africa, depressed and often suicidal.

For three years, between 1992 and 1995, he was missing-in-action, a nomad playing the bars of Rio and Tijuana, experimenting with peyote in Mexico City, entertaining the children of insurgents in Chiapas in Mexico. (A supporter of the Zapatistas, he went on to sample the voice of the charismatic activist Subcommandante Marcos on Clandestino). Only following a motorbike ride from Paris to the greenness of Galicia with his father, the writer Ramon Chao, did he slowly return to sanity. «I had a bad addiction to travel,» he later told me. But all the time, he had also been writing songs.

Jordi Skywalker (Madrid, 47 años) tiene muchas cosas que contar: ¿por qué se fue sin dar la cara? ¿Dónde ha estado los últimos 25 años? ¿Se arrepiente de aquella decisión que acabó con la gran esperanza del rock español? Pero primero conviene describir el contexto. Años noventa en un instituto público de Alameda de Osuna, zona periférica de Madrid colindante con el aeropuerto de Barajas. “Era un barrio dormitorio donde estábamos bastante aislados: todavía no llegaba el metro. No salíamos de ese entorno. Dábamos cierta identidad al hecho de hacer botellón, ya que siempre había por allí una guitarra”, apunta Pozo (Barcelona, 47 años). En una población de 15.000 personas se contaban unas 30 bandas de rock.

En ese ambiente surgió Buenas Noches Rose, todos alumnos del instituto. Conformaban una banda con fortalezas que no encontrabas en otras. Una base musical sólida, con dos guitarristas (Fernández y Pozo) que se complementaban, y un cantante apabullante, que podía recordar a Iggy Pop o Jim Morrison, “pero que estaba incluso más loco”, apunta en positivo Alfredo Fernández. Skywalker daba miedo sobre el escenario. Sexi, salvaje, ingobernable, impredecible, carismático. En los conciertos parecía un hipnótico pastor aleccionado a sus feligreses. La imagen del grupo era muy potente. Nada era un trámite para ellos: cada vez que pisaban un escenario el local ardía.

Durante muchos años fue complicado. Cuando decías al principio lo de la abundancia… pues ni mucho menos. Ha sido un camino de perseverancia y muy accidentado, en el que a pesar de eso he conseguido hacer algunas cosas. Tener un hijo es hacer lo que sea con la mano derecha atada a la espalda y con lo que te sobra de tiempo y de energía llevar tu carrera.

También es que la única forma para mí de no volverme loca es conseguir darle forma a una canción. El momento de hacer una canción es el único momento en el que no me siento perdida, el único momento en el que tengo la sensación de tener el control, de poder hacer algo desde el principio hasta el final yo sola. Es increíblemente curativo. La manera en que consigo engarzar las cuentas de mi vida y dar un cierto sentido a todo es cuando lo voy cosiendo en forma de canciones. No sé en qué más cosas puedes tener esta sensación. Si tú cultivas tu tierra y llegas hasta el día de la recolección y lo has hecho todo tú, debes de tener la misma sensación de plenitud. No sé en cuántas profesiones se puede tener esa sensación, pero la música es una de ellas. Por eso es un oficio, algo que te da de comer, pero sobre todo es algo que justifica tu existencia.

‘Imprescindibles’ hace un repaso de la vida de Gay Mercader, el único promotor musical nacional que se atrevió a traer a las grandes figuras del rock a un país recién salido del franquismo, sin infraestructuras ni grandes medios para ello. Rolling Stones, Patti Smith, Bob Marley, Dylan, AC/DC o The Cure son algunos de los 3.400 artistas internacionales que programó a lo largo de su trayectoria.

Many CCR fans may be unaware, that Fogerty‘s bandmates; bassist Stu Cook, drummer Doug “Cosmo” Clifford and Fogerty‘s older brother, rhythm guitarist Tom Fogerty, until CCR’s final album, contributed nothing to the band in terms of music, lyrics, production, mixing and arrangements of songs. Without John Fogerty, Creedence Clearwater Revival was nothing, according to Fogerty.

While that may sound like a self-inflated opinion, it is probably more of an objective fact.

Hace 22 años, Manu Chao pasó la navidad en Colombia a bordo del Expreso del Hielo, un tren que recorría las vías abandonadas que conectan a Santa Marta con Bogotá. Lo acompañaba un tropa de cirqueros, artistas y músicos; franceses, españoles, argentinos, brasileros, italianos y colombianos que, con la ayuda de un dragón mecánico que escupía fuego y una máquina de nieve artificial hecha en la Universidad Nacional, ofrecieron espectáculos gratuitos en Aracataca, Bosconia, Barrancabermeja, La Dorada y Facatativá.

Mientras ‘la movida’ saturaba programas de televisión, radios públicas y portadas de revistas, un fenómeno como ‘la ruta’ era visto como problema de orden público al que Rafael Vera, secretario de Estado socialista, prometió poner fin. Tras años de lenta y tímida rehabilitación, esta semana se ha anunciado que Atresmedia financiará la Ruta, una serie de televisión sobre el fenómeno realizada por Caballito Films, la productora de Rodrigo Sorogoyen, director de las alabadas El reino (2018) y Antidisturbios (2020). Las tensiones culturales que desató el ‘bakalao’ pueden palparse en el legendario reportaje Hasta que el cuerpo aguante (1993), emitido por Canal +, uno de los pocos testimonios en caliente del periodo.

Una «microutopía del placer», dijeron de ella. O también, una «revolución contra la nada, nacida de la nada y abocada a la nada». Son palabras de Joan Oleaque, autor de En èxtasi, uno de los pocos ensayos que hay sobre esos años. Algo pasó en aquellos 40 km de la CV-500 en los que más de 50.000 jóvenes a principios de los ochenta se reunían dispuestos a conquistar la noche y de paso su libertad, por los rincones de las salas de las discotecas que conformaron la Ruta del Bakalao. 

 «Una de las cosas que más molesta de la Ruta era que los que se divertían fueran de clase trabajadora«, lanza el periodista Víctor Lenore.  Muchos sitúan el principio del fin en 1993, fecha en la que la DGT empieza a publicar escalofriantes cifras de muertes en accidentes de tráfico en la zona. La campaña mediática para desprestigiarla estaba en marcha. Las redadas policiales se sucedían. Y un jovencísimo Carles Francino ponía voz a un documental, Hasta que el cuerpo aguante, con el que los padres de los hijos de la transición se escandalizaron.

Entre 2008 y 2016 Leonard Cohen vivió una de las etapas más fascinantes de su carrera. En ese periodo dio algunos de sus mejores conciertos, recitales de más de tres horas repletas de emoción, y grabó discos fascinantes que fueron su testamento musical antes de su adiós final.

Esta semana hemos querido recordar esos años finales de Leonard Cohen, sus últimos discos y sus últimas giras, un viaje que hacemos en compañía de Sheila Blanco y Fernando Neira además de los reportajes de Lucía Taboada.

Rosalía trabajó 18 meses componiendo, produciendo y arreglando El mal querer de forma independiente y solo después de la repercusión de Malamente y Pienso en tú mirá (ambos videoclips financiados por ella) la multinacional discográfica Sony le ofreció un contrato.

Nadie ha atacado a Antonio Banderas, Óscar Jaenada o Jordi Mollà por trabajar en Estados Unidos como sí se ha ridiculizado a Penélope Cruz, Elsa Pataki o Paz Vega por hacer exactamente lo mismo. De Fernando Rey se aplaude que saliese en French Connection, de Sara Montiel se recuerda cómo le freía huevos con ajo a Marlon Brando.

La clase social de los hermanos Muñoz de Estopa fue uno de los baluartes de su éxito y no se les calificó, como ocurre con Rosalía, de “choni poligonera” o “cani de extrarradio”.