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Jordi Skywalker (Madrid, 47 años) tiene muchas cosas que contar: ¿por qué se fue sin dar la cara? ¿Dónde ha estado los últimos 25 años? ¿Se arrepiente de aquella decisión que acabó con la gran esperanza del rock español? Pero primero conviene describir el contexto. Años noventa en un instituto público de Alameda de Osuna, zona periférica de Madrid colindante con el aeropuerto de Barajas. “Era un barrio dormitorio donde estábamos bastante aislados: todavía no llegaba el metro. No salíamos de ese entorno. Dábamos cierta identidad al hecho de hacer botellón, ya que siempre había por allí una guitarra”, apunta Pozo (Barcelona, 47 años). En una población de 15.000 personas se contaban unas 30 bandas de rock.

En ese ambiente surgió Buenas Noches Rose, todos alumnos del instituto. Conformaban una banda con fortalezas que no encontrabas en otras. Una base musical sólida, con dos guitarristas (Fernández y Pozo) que se complementaban, y un cantante apabullante, que podía recordar a Iggy Pop o Jim Morrison, “pero que estaba incluso más loco”, apunta en positivo Alfredo Fernández. Skywalker daba miedo sobre el escenario. Sexi, salvaje, ingobernable, impredecible, carismático. En los conciertos parecía un hipnótico pastor aleccionado a sus feligreses. La imagen del grupo era muy potente. Nada era un trámite para ellos: cada vez que pisaban un escenario el local ardía.

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