Desde mi punto de vista, el procomún ha de servirnos para repensar la propiedad, tan marcada por un rumbo que parece incuestionable. Difícil nos lo ponemos si decimos que “el procomún es lo que es de todos pero no es de nadie”. En el rincón oscuro y caliente que deja esa frase descansa plácidamente la propiedad.
…el procomún no es solo un marco para reflexionar sobre otras formas de propiedad, es también la evidencia de que ya existen.
…nada es procomún por naturaleza, nada es procomún para siempre. Hay que activarlo.
Sin comunidad, no hay procomún. Sin modelo de gobernanza, no hay procomún. Esa tríada (recurso, comunidad, modelo de gobernanza) es la que constituye el procomún. Esa articulación es la que genera beneficio colectivo y evita (o intenta limitar) los procesos de cercamiento y de privatización. Esos tres elementos son los que fundan una propiedad distinta, con derechos de uso y usufructo del recurso.
Así frente al miedo por el vaciado de significado que corre el procomún en la actualidad, prefiero apostar, no por su rellenado, sino por el DESBORDAMIENTO. Corramos el riesgo. Prefiero un bosque en el que perderme que una jaula de oro. Que esa base difusa se extienda y contamine y vayamos ocupándonos, según sea necesario, de actuar con más rigor, de normativizar, de reconducir, de adaptar contextualmente, de plantear aplicaciones específicas, etc.