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Una «microutopía del placer», dijeron de ella. O también, una «revolución contra la nada, nacida de la nada y abocada a la nada». Son palabras de Joan Oleaque, autor de En èxtasi, uno de los pocos ensayos que hay sobre esos años. Algo pasó en aquellos 40 km de la CV-500 en los que más de 50.000 jóvenes a principios de los ochenta se reunían dispuestos a conquistar la noche y de paso su libertad, por los rincones de las salas de las discotecas que conformaron la Ruta del Bakalao. 

 «Una de las cosas que más molesta de la Ruta era que los que se divertían fueran de clase trabajadora«, lanza el periodista Víctor Lenore.  Muchos sitúan el principio del fin en 1993, fecha en la que la DGT empieza a publicar escalofriantes cifras de muertes en accidentes de tráfico en la zona. La campaña mediática para desprestigiarla estaba en marcha. Las redadas policiales se sucedían. Y un jovencísimo Carles Francino ponía voz a un documental, Hasta que el cuerpo aguante, con el que los padres de los hijos de la transición se escandalizaron.