Autonomía digital y tecnológica

Código e ideas para una internet distribuida

Linkoteca. Emmanuel Rodríguez


Un centro social es una institución anómala. Funciona de acuerdo con lógicas a las que no estamos acostumbrados. La vida de un centro social viene regulada por los propios participantes en el mismo, sin mediación de la administración y tampoco de empresas comerciales. La responsabilidad es colectiva, la actividad es colectiva, la administración es colectiva.

Su éxito radicaba en que no hacía falta más que interés e iniciativa para usar estos espacios.

Sólo en la región de Madrid existen unos 60 espacios de este tipo.

En España hay más de 600 centros sociales.

En muchas ciudades alemanas e italianas los centros sociales son realidades tan corrientes que las instituciones los han acabado por reconocer, los han dejado de molestar.

Pocas ciudades han sido tan inteligentes, en este sentido, como la ciudad de Nápoles. Allí, la alcaldía, a instancias de la mayor parte de los movimientos sociales de la ciudad, ha establecido un estatuto particular para los centros sociales. Los espacios napolitanos han sido declarados comunes urbanos. Esto quiere decir, sencillamente, que el ayuntamiento los considera entidades legítimas; y a su vez entidades que no son de su competencia.

Un centro social es así un comunal urbano, un espacio sobre el que una parte de la ciudadanía decide tomar posesión, gestionarlo directamente y generar una riqueza que ni el mercado ni ninguna burocracia serían capaces jamás de producir.

“¿Hasta cuándo tendré empleo? ¿Hasta cuándo viviré con mi pareja? ¿Hasta cuándo habrá pensiones? ¿Hasta cuándo Europa seguirá siendo blanca, laica y rica? ¿Hasta cuándo habrá agua potable?”. Marina Garcés planteaba estas preguntas en su libro Nueva ilustración radical. De alguna manera, también, descubría nuestra fascinación por el apocalipsis.

La obsesión por el colapso muestra nuestra incapacidad para imaginar el futuro.

El solucionismo es ya casi una ideología. Dispone de sus propios términos y de sus propios artefactos: machine learning, computación cuántica, crispr, blockchain, etc. Exceso y velocidad son la materia prima del solucionismo. ¿Y nosotros? Nosotros somos meros consumidores de una idea de futuro que nunca parece llegar.

Tal y como lo define Evgeny Morozov (La locura del solucionismo tecnológico), el solucionismo es la ideología que legitima y sanciona las aspiraciones de abordar cualquier situación social compleja a partir de problemas de definición clara y soluciones definitivas. Los sistema predictivos basados en machine learning (una disciplina de la inteligencia artificial) son un buen ejemplo de este sometimiento a la solución. La complejidad es reducida a un conjunto de variables y a partir de ahí se elaboran modelos predictivos. El resultado último es que las máquinas tomen las decisiones importantes sobre nuestra propia vida.

En la utopía solucionista, los humanos podrán ser estúpidos porque el mundo mismo será inteligente. Los objetos, los dispositivos, los datos, los algoritmos y los sistemas que los organizan, estarán perfectamente alineados no para hacernos más productivos; de lo que se trata es de delegar la inteligencia misma. Los neoliberales parecían decir que como es muy difícil ponerse de acuerdo es mejor no intentarlo y por eso despreciaban la democracia; los solucionistas nos dicen directamente que dejemos de pensar. En términos de Marina Garcés estamos ante un gesto de pesimismo antropológico sin precedentes.