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“¿Hasta cuándo tendré empleo? ¿Hasta cuándo viviré con mi pareja? ¿Hasta cuándo habrá pensiones? ¿Hasta cuándo Europa seguirá siendo blanca, laica y rica? ¿Hasta cuándo habrá agua potable?”. Marina Garcés planteaba estas preguntas en su libro Nueva ilustración radical. De alguna manera, también, descubría nuestra fascinación por el apocalipsis.

La obsesión por el colapso muestra nuestra incapacidad para imaginar el futuro.

El solucionismo es ya casi una ideología. Dispone de sus propios términos y de sus propios artefactos: machine learning, computación cuántica, crispr, blockchain, etc. Exceso y velocidad son la materia prima del solucionismo. ¿Y nosotros? Nosotros somos meros consumidores de una idea de futuro que nunca parece llegar.

Tal y como lo define Evgeny Morozov (La locura del solucionismo tecnológico), el solucionismo es la ideología que legitima y sanciona las aspiraciones de abordar cualquier situación social compleja a partir de problemas de definición clara y soluciones definitivas. Los sistema predictivos basados en machine learning (una disciplina de la inteligencia artificial) son un buen ejemplo de este sometimiento a la solución. La complejidad es reducida a un conjunto de variables y a partir de ahí se elaboran modelos predictivos. El resultado último es que las máquinas tomen las decisiones importantes sobre nuestra propia vida.

En la utopía solucionista, los humanos podrán ser estúpidos porque el mundo mismo será inteligente. Los objetos, los dispositivos, los datos, los algoritmos y los sistemas que los organizan, estarán perfectamente alineados no para hacernos más productivos; de lo que se trata es de delegar la inteligencia misma. Los neoliberales parecían decir que como es muy difícil ponerse de acuerdo es mejor no intentarlo y por eso despreciaban la democracia; los solucionistas nos dicen directamente que dejemos de pensar. En términos de Marina Garcés estamos ante un gesto de pesimismo antropológico sin precedentes.

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