Autonomía digital y tecnológica

Código e ideas para una internet distribuida

Linkoteca. desinformación


What can we do when faced with a world where people lie as a way of shaping the world to their own ends? First, we have to get smart. Disinformation – the conscious, intentional spreading of false information – is not an accident. It’s a strategy. When we encounter information that is surprising, unsettling, or even a little too comfortable, we need to ask ourselves a set of questions: How does the author know this is true? What is s/he trying to persuade me of? Who benefits if I believe this to be true? How can I check this information against other sources I trust?

…disinformation wants to keep us powerless, fighting to assert that’s true rather than challenging those who are in power.

The German psychologist Klaus Conrad called this premonitory state apophenia, defined as perceiving patterns that don’t actually exist and referring them back to an unseen authority who must be pulling the strings. It’s a theory he developed as an army medical officer specializing in head traumas under the Third Reich. Today, it’s analogized to political conspiracy thinking.

Conrad became famous for recognizing this oppressive emergence of patterns as a pre-psychotic state that he compared to stage-fright. It culminates in a false epiphany: an apophany is not a flash of insight into the true nature of reality but an aha experience (literally: Aha-Erlebnis) that constitutes the birth of delusion.

In an apophenic state, everything’s a pattern. And while Conrad’s stage-model uses the analogy of starring in your own one-man show, the narcissism of living online today provides plenty more. On Instagram you can filter your face, filter out unwanted followers, construct an image that you and your peers want to believe in—you’re living a private illusion, in public, that the world reifies with likes. For-profit data collection has literally “reorganized” the world to revolve around you. As you wish it—or they will it.

The true epiphany, I want to argue, is that you’re the one pulling the strings. Enlightenment is to realize you have more agency than your push-notifications would have you believe.

un estudio realizado en Facebook detectó que, de los 10 artículos más compartidos en esta red, 7 de ellos eran engañosos o contenían alguna información falsa. Además, en 2016, más de la mitad de los 20 artículos más compartidos con «cáncer» en sus titulares fueron desacreditados por médicos y autoridades sanitarias.

Los bulos más predominantes a los que se enfrentaban los médicos tenían que ver con las pseudoterapias, la alimentación, el cáncer y efectos secundarios de medicamentos. Sin embargo, la variedad de la desinformación sanitaria que se transmite por Internet es enorme: pollos a los que les administran hormonas para que crezcan, desodorantes y antitranspirantes que provocan cáncer de mama, un hospital que afirma que la quimioterapia es «la gran equivocación médica», el limón como cura del cáncer, plátanos infectados de SIDA…

La información sanitaria errónea siempre ha estado presente en las sociedades humanas, no es algo nuevo. No obstante, las nuevas tecnologías han cambiado las reglas del juego, por así decirlo. Los bulos de salud se expanden como nunca antes por las redes sociales gracias a su capacidad para llegar a miles o millones de personas en minutos u horas. Estas redes son amplificadores bestiales de la desinformación porque la desinformación suele presentarse de forma atractiva para el internauta. Los bulos más populares tienen contenidos claros, impactantes, llamativos o atractivos. También cuidan mucho la presentación y suelen ser muy visuales. Su rasgo más poderoso es despertar emociones en la audiencia, ya sea miedo, esperanza, sorpresa, curiosidad, indignación… Se sabe que las noticias se difunden mucho más cuando éstas despiertan reacciones emocionales porque nos sentimos más involucrados.

Además de las redes sociales, los buscadores de Internet son otro factor con un gran papel en la difusión de bulos de salud. Los grandes buscadores funcionan de forma automática basándose en unos algoritmos que determinan la posición de las páginas web en los resultados. No hay profesionales activos que filtren las informaciones sanitarias falsas o erróneas, sino que esto queda en manos de las «máquinas». Esto permite la visibilidad y difusión de ciertos contenidos en Internet que no llegarían muy lejos si existieran humanos vigilando.