Autonomía digital y tecnológica

Código e ideas para una internet distribuida

Linkoteca. capitalismo de plataforma


Google’s newest proposed web standard is… DRM? Over the weekend the Internet got wind of this proposal for a «Web Environment Integrity API. » The explainer is authored by four Googlers, including at least one person on Chrome’s «Privacy Sandbox» team, which is responding to the death of tracking cookies by building a user-tracking ad platform right into the browser.

Perhaps the most telling line of the explainer is that it «takes inspiration from existing native attestation signals such as [Apple’s] App Attest and the [Android] Play Integrity API.» Play Integrity (formerly called «SafetyNet») is an Android API that lets apps find out if your device has been rooted. Root access allows you full control over the device that you purchased, and a lot of app developers don’t like that. So if you root an Android phone and get flagged by the Android Integrity API, several types of apps will just refuse to run. You’ll generally be locked out of banking apps, Google Wallet, online games, Snapchat, and some media apps like Netflix. You could be using root access to cheat at games or phish banking data, but you could also just want root to customize your device, remove crapware, or have a viable backup system. Play Integrity doesn’t care and will lock you out of those apps either way. Google wants the same thing for the web.

No creo que Facebook, Google o Amazon se vayan a convertir en los ‘imperios’. Sí pienso que son herramientas perfectas para la construcción de esos imperios, y creo que esos imperios se están desarrollando con esa herramienta de extracción de datos que permite tener ese poder de predicción y manipulación que no conocíamos hasta ahora. Pero estamos tan preocupados por lo ‘digital’ que no lo estamos mirando en combinación con otras cosas como, por ejemplo, la ocupación de tierras.

Estamos en un modelo industrial en el que los únicos que tienen capacidad de ejecutar legislación sobre las tecnologías son las tecnologías mismas. El único que es capaz de legislar Facebook es Facebook, porque nadie más tiene la capacidad siquiera de peinar esos reinos para ver quién está cometiendo ilegalidades.

De hecho, ni Facebook mismo tiene esa capacidad, porque durante muchos años ha crecido precisamente porque es una empresa que tiene cuatro empleados y 5.000 millones de usuarios, es decir, ha basado su crecimiento en ir automatizando procesos hasta el punto de que les ha pasado por ejemplo lo de Myanmar. Tienes una estructura que usa el 80% de la población pero no tienes ni una persona en tu empresa que entienda el idioma que hablan o que entienda cuál es la situación allí.

China es 1984 y Estados Unidos es Un mundo feliz, ¿para qué vamos a mandar a la policía a tu casa cuando te podemos convencer de que hagas lo que nosotros queramos y que pienses que se te ha ocurrido a ti?

… hay patrones que nosotros ni siquiera identificamos. Esos patrones hacen que repitamos una y otra vez los mismos procesos porque cada vez nos resultan más naturales, más fáciles, cada vez los interiorizamos más. Si puedes predecir lo que voy a hacer, también lo puedes manipular.

Los medios tienen el mismo problema. Están produciendo mucha más cantidad de contenidos de la que puede absorber el lector, lo cual ya indica que no están trabajando para el lector, sino que están trabajando para la plataforma, que tiene una sed infinita de contenidos.

Levantar un muro de pago es olvidar cuál es el objetivo último de los medios de comunicación, que no es ganar dinero sino ser un servicio público.

Creo que estamos intentando ser relevantes intoxicados por la vara de medir la relevancia que han impuesto las plataformas. ¿Cómo podemos utilizar los clics como vara de medir en un mundo donde cada país tiene 50 granjas de clics? No tiene sentido. ¿Cómo medimos la influencia de un influencer cuando sabemos que compra a sus followers? Esa vara de medir no solo era trampa sino que además está rota. Tenemos que recalibrar nuestra idea de relevancia.

debemos dejar de pensar que estas son herramientas que puedes no elegir. Porque ya no lo son. Son las herramientas que se utilizan en tu oficina para gestionar el trabajo, son las herramientas que utilizan tus empleadores para contactar contigo, son tus herramientas de trabajo, son tus herramientas de relación social, son las herramientas que utiliza el colegio para contarte que están haciendo tus hijos las ocho horas al día que no les ves, las que utiliza la sanidad para enviarte las citas…. La dicotomía uso/no uso no existe, es mentira. No tienes la capacidad de dejar de utilizar estas herramientas, porque han invadido tu vida. Han invadido la vida contemporánea. Lo que sí puedes exigir es que estas herramientas no te espíen, no te manipulen y no te encarezcan el resto de tu vida.

Uber financió teléfonos y coches a sus conductores, como si fuera un banco concediendo hipotecas ‘subprime’

Para convencer a conductores firmó un trato con AT&T y compró miles de iPhones que regalaba a conductores. «El acuerdo atrajo a los conductores ‘luditas’ a la red»,

Otra idea fue el programa de préstamo Xchange, dedicado a quienes no tenían dinero para un coche. La empresa daba crédito a cambio de trabajar para ella. Así reclutaron a miles de conductores sin historial crediticio, con alto riesgo de impago. Poco después, hubo un pico de incidentes y descubrieron que la mayoría los provocaban conductores a los que se les había hecho un préstamo. Por otro lado, estos conductores no podían pagar los créditos porque Uber no les daba suficientes ingresos y devolvían los coches en peores condiciones. Aun así, las métricas no dejaron de crecer.

Como muchas tecnológicas, Uber ofrece a sus empleados ciertos beneficios, como la cena gratis. Hasta 2017, la cena en Uber se servía a las 20:15, lo que obligaba a los trabajadores a hacer varias horas extra si querían disfrutarla.

“Quayside,” a 12-acre slice of Toronto waterfront in line to be developed by Sidewalk Labs, the urban-tech-focused subsidiary of Google’s parent company Alphabet. Launched in 2015 by its CEO, Dan Doctoroff, and a number of other Michael Bloomberg affiliates, Sidewalk Labs makes much of its urbanist bona fides. The company is now primarily focused on turning the patch of Toronto-owned land into what it calls the “world’s first neighborhood built from the internet up.”

Quayside would test a novel “outcome-based” zoning code focused on limiting things like pollution and noise rather than specific land uses. If it doesn’t bother the neighbors, one might operate a whiskey distillery in the middle of an apartment complex.

a data-harvesting, wifi-beaming “digital layer” that would underpin each proposed facet of Quayside life. According to Sidewalk Labs, this would provide “a single unified source of information about what is going on” to an astonishing level of detail, as well as a centralized platform for efficiently managing it all.

Those residents might not have a choice in how much privacy they give up to call Quayside home, even if they don’t like the terms of use. The same could be said for anyone who uses its public spaces.

Decisiones indudablemente importantes que definen a una compañía y su papel en la sociedad, rechazadas por unos accionistas que únicamente enfocan sus votos a la obtención de más ingresos, sin importarles cómo se consigan. Tengo acciones de esta compañía, y estoy dispuesto a hacer lo que sea y aceptar cualquier cosa, aunque ello suponga el fin de la civilización humana, con tal de maximizar mis beneficios. El caso perfecto que ilustra que el sistema capitalista tal y como lo conocemos ha llegado al límite de lo insostenible, la definición canónica de la tragedia de los comunes: un conjunto de individuos, motivados solo por el interés personal y actuando independiente pero racionalmente, que terminan por destruir un recurso compartido limitado (el común), aunque a ninguno de ellos, ya sea como individuos o en conjunto, les convenga que tal destrucción suceda.

Yes, fuck, I have Amazon’s app on my phone. I’m that addicted to this company. And I’m not alone: Amazon reportedly controls 50 percent of online commerce, which means half of all purchases made online in America, which is obscene.

Launched in 2006, AWS has taken over vast swaths of the internet. My VPN winds up blocking over 23 million IP addresses controlled by Amazon, resulting in various unexpected casualties, from Motherboard and Fortune to the U.S. Government Accountability Office’s website. (Government agencies love AWS, which is likely why Amazon, soon to be a corporate Cerberus with three “headquarters,” chose Arlington, Virginia, in the D.C. suburbs, as one of them.) Many of the smartphone apps I rely on also stop working during the block.

“Quayside,” a 12-acre slice of Toronto waterfront in line to be developed by Sidewalk Labs, the urban-tech-focused subsidiary of Google’s parent company Alphabet. Launched in 2015 by its CEO, Dan Doctoroff, and a number of other Michael Bloomberg affiliates, Sidewalk Labs makes much of its urbanist bona fides. The company is now primarily focused on turning the patch of Toronto-owned land into what it calls the “world’s first neighborhood built from the internet up.”

Quayside would test a novel “outcome-based” zoning code focused on limiting things like pollution and noise rather than specific land uses. If it doesn’t bother the neighbors, one might operate a whiskey distillery in the middle of an apartment complex.

a data-harvesting, wifi-beaming “digital layer” that would underpin each proposed facet of Quayside life. According to Sidewalk Labs, this would provide “a single unified source of information about what is going on” to an astonishing level of detail, as well as a centralized platform for efficiently managing it all.

Those residents might not have a choice in how much privacy they give up to call Quayside home, even if they don’t like the terms of use. The same could be said for anyone who uses its public spaces.

Cavoukian was an adviser on the Quayside project, but she resigned after Waterfront Toronto and Sidewalk refused to unilaterally ban participating companies from collecting non-anonymous user data.

Nearly every city-fixing proposal from Sidewalk Labs combines civil engineering with some element of data collection—what the vision document calls “ubiquitous sensing.” Quayside reduces carbon not just via a thermal grid, but by embedding each home and office with Alphabet’s Nest smart thermostats, which use “occupancy sensors” and predictive modeling to autonomously adjust temperatures throughout the day.

The city is literally built to collect data about its residents and visitors, which Cavoukian was clear-eyed about when she signed on to be an adviser. She’s worried about Sidewalk using all these cameras and sensors to track people on an individual level, to create real-life versions of the personal profiles Google already uses to track people online. Without anonymization, she said, a single person’s activities could be connected across multiple sources and varying databases to track his movements over the course of the day.

“I think it’s important to note that this project seeks to accomplish many things,” he said,“including delivering large amounts of affordable housing, a highly sustainable neighborhood, and economic activity and new jobs. All of that needs to happen along with policies that protect the public interest, including with regard to data. But, data is just one piece of this conversation.”

Quayside may very well accomplish these things, remaking the city as we know it and setting precedent for future projects like it. But the controversy has shown that it may need to reimagine not just traffic patterns and thermostats, but a set of rules for data, privacy, and corporate “innovation” in a context that has never existed anywhere else on Earth. Thus far, at least, that’s proved the most difficult project to pull off yet.

Ten years ago, Facebook already had 15 billion photos in its database. As you uploaded pictures and tagged friends and added date and location data, the software got really, really good at recognizing people’s faces. This facial-recognition capability is mirrored at other companies—and some, such as Amazon, sell it to whoever wants it.

There isn’t some global corporate conspiracy to get you to post a photo of yourself from the old days and today. There has been a global corporate conspiracy to get you to post everything about yourself, continuously, for the past 15 years. Which many of us have done, providing the vast data sets that companies have already trained their neural networks with. If you think that not posting these two photos does anything to surveillance capitalism or the platforms that succeed through it, that’s just not right.

Si en un primer momento, las redes sociales permitieron la autoorganización de miles de personas contra sus gobernantes y contra las finanzas internacionales, ahora parece que escándalos como el de Cambridge Analytica nos dibujan un futuro quizá no tan complaciente. ¿Seremos capaces de usar la tecnología para construir un mañana post-capitalista o será usada en nuestra contra como una forma de control social?

El capitalismo moderno funciona colonizando la imaginación de lo que la gente considera posible. Marx ya se dio cuenta de que el capitalismo tenía más que ver con la apropiación del entendimiento que con la apropiación del trabajo. Facebook es la penúltima apropiación de la imaginación: lo que veíamos como útil ahora se revela como una manera de meterse en la conciencia de la gente antes de que podamos actuar. Las instituciones que se presentaban como liberadoras se convierten en controladoras. En nombre de la libertad, Google y Facebook nos han llevado por el camino hacia el control absoluto.

No queremos afrontar que lo gratuito implica siempre una forma de dominación.

El capitalismo tiene tendencia a pasar con gran facilidad del mercado al monopolio. Y ahí, con la represión de la competencia, empiezan los grandes problemas, la gran desprotección. Con monopolios, el capitalismo pasa de ser el sistema de la competencia a ser el de la dominación.

Even if Amazon optimized solely for consolidation and fuel efficiency, consumers are shopping so often that it makes sustainable, efficient delivery difficult.

Free and fast shipping has always been a Prime membership’s marquee perk — one that’s drawn in over 100 million subscribers who pay $119 annually. A 2017 study by UPS found that nearly all (96%) US customers had made a purchase on a marketplace like Amazon or Walmart, and over half (55%) said free or discounted shipping was the primary reason.

That convenience is encouraging people in the US to buy more, and to make more individual purchases rather than placing a single order for several items.

people aren’t offsetting the traffic to shopping malls and grocery stores by buying online. “The problem is we are still doing both, meaning there are more emissions and more congestion,”

Amazon is only speeding up customers’ options. In addition to free two-day shipping for Prime members, Amazon added free two-hour delivery with a new service, called Prime Now, in 2014, and it increasingly relies on hundreds of thousands of independent contractors with passenger cars to make those deliveries. Amazon’s Flex program, which operates in 50 US cities, is an app-based platform like Uber, but instead of dropping off people, Flex drivers drop off Prime packages or groceries.

Those drivers’ cars are typically smaller than commercial delivery vehicles, so they can’t fit as many packages or complete as many deliveries per tour. They’re taking longer routes, too. “Drivers are going from their home base to a warehouse to your house, and back to their home base. And warehouses are farther than the store you would have gone to,” Goodchild said.

El principio básico de la economía colaborativa es que el recurso que se consuma sea un bien temporalmente en desuso. Lo que se observa (Gil, 2018) en la mayoría de las plataformas es que los recursos que se introducen en el mercado no cumplen la función de ser bienes ociosos tratándose más de bienes de inversión que se han adquirido con el fin de que el bien produzca valor.

el tipo de actividades a las que se hace referencia con el concepto de economía colaborativa poco tienen que ver con relaciones de colaboración.

Uno de los filósofos contrarios a este tipo de prácticas es Byung-Chul Han (2014) que afirma que la economía del compartir conduce en última instancia a la comercialización total de la vida. Y subraya la importancia del dinero: “quien no posee dinero, tampoco tiene acceso al sharing”. Para este pensador surcoreano, “también en la economía basada en la colaboración predomina la lógica del capitalismo. De forma paradójica, en este bello compartir nadie da nada voluntariamente”.

¿Cuántos de ustedes poseen una taladradora? Rachel Botsman, la autora del libro The Rise of Collaborative Consumption, preguntó a la audiencia en TedxSydney en 2010. Previsiblemente casi todos levantaron la mano. “Ese taladro eléctrico se usará entre 12 y 15 minutos en toda su vida”, continuó Botsman con burlona exasperación. “Es un poco ridículo, ¿no?” Porque lo que necesitas es el agujero, no la taladradora.