Bernardo Gutiérrez explica, en el artículo La ciudad de todos frente a la ciudad neoliberal, qué son los bienes relacionales y cómo configuran nuevos «espacios comunes», que no son ni privados ni públicos, que proporcionan una seguridad y un buen vivir a los que los construyen y los habitan, y que combinan modos de hacer ancestrales de la cultura quechua con otros trasladados de la cultura hacker:
Los bienes relacionales están profundamente relacionados a los espacios. A los espacios compartidos, a los espacios relacionales, a los espacios en red. Y encajan con el concepto de ciudad relacional que baraja la jurista María Naredo. Un modelo de ciudad relacional, fraguado con lazos intersubjetivos, tejido con capas de afectos: «el modelo ‘relacional’ propone formas de seguridad basadas en el encuentro, la relación y el diálogo. La seguridad, en el modelo relacional, pasa sobre todo por recrear el lazo social. No vaciar la calle, sino todo lo contrario: repoblarla de relaciones de vecindad, de buena vecindad también entre desconocidos. Para así poder confiar en que alguien nos va a echar una mano si nos ocurre algo en el espacio público, la vecina del quinto o el tendero de abajo».
Los pensadores Antonio Negri y Michael Hardt consideran que la ciudad es a la multitud lo que la fábrica era para la clase obrera. La ciudad es un espacio común donde la multitud fragua su invención biopolítica. Y donde los bienes relacionales, barnizados con matizes quechuas y con las prácticas colectivas de la ética hacker, fluyen desconfigurando el miedo.
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