Autonomía digital y tecnológica

Código e ideas para una internet distribuida

Linkoteca. cambio climático


La gallega tiene muy presente que el consumo de datos, que en el mundo real absorbe cantidades alarmantes de electricidad y agua potable, no para de crecer, incentivado por las grandes tecnológicas. Que con él se mutiplica la construcción de centros de datos que guardan los archivos de nuestros teléfonos y que conforman “la nube”. Y que la inteligencia artifical ha disparado este proceso y obligado a varias multinacionales a recular en sus compromisos medioambentables para los próximos años.

Sin embargo, a diferencia de otros activistas, Otero se niega a trasladarle la resposabilidad al usuario. Como arquitecta, prefiere rediseñar. El espacio digital puede repensarse, dice, en beneficio de los humanos y del planeta y no solo las grandes empresas; hacerlo un lugar finito y acotado. Desde la docencia y a través de una implicación personal cada vez mayor, ha presenciado algún tanto importante en América Latina. Ahora sigue con la vista puesta en lo que, para ella, es la gran victoria del marketing tecnológico: la idea de que internet es una nube etérea e intocable porque no tiene forma ni fronteras.

P. O sea, acotar internet.

R. Ya hay medidas en este sentido. Del derecho a la desconexión digital en el trabajo a pedir que los alumnos no tengan acceso a su móvil en clase. Estamos dándonos cuenta que un superuso del espacio digital trae problemas de salud mental, ecológicos y sociales. ¿Por qué tiene que estar todo tan basado en la velocidad, la alta resolución, el acceso 24 horas al día, independientemente de lo que ocurra en el planeta?

P. ¿Cómo define una relación adictiva con los datos?

R. Si buscas en tu teléfono las 20 últimas fotos que has guardado, esas imágenes van a decir mucho de tu relación con ellos. Posiblemente no serán fotos que te interese hacer, serán prácticamente muletas para no olvidar, como un pantallazo de algo que no vas a usar, pero por que tienes por si acaso. Todas esas informaciones, a menos que las borres, generalmente están asociadas a la nube y eso implica que están haciendo funcionar centros de datos y que tienen una vida bastante larga. Si encima las has mandado a tus contactos, están replicadas en centros de datos espejo. Toda esa información basura está consumiendo agua y energía.

P. ¿Cómo cree que está diseñado el sistema?

R. He tenido varias conversaciones sobre esto, por ejemplo, con una directora de investigación en Google. Le dije: “Cuando recibimos e-mails, ¿por qué la mayoría no desaparece a los cinco días, a los 10 días, a menos que los etiquetemos como importantes?”. Y esa persona se reía. “Me parece muy bonita esa idea, pero tienes que entender que a nosotros lo que nos interesa es acumular información. Preferimos invertir en comprimir esos datos que en tener menos”. Eso te da una idea de por qué cada vez nos ofrecen más espacio de almacenamiento. Yo entiendo a la gente. Guardamos los correos por si acaso. Pero, en mi experiencia, cuando he perdido acceso a una cuenta de e-mail porque he cambiado de trabajo, o he perdido un disco duro, no lo he vuelto a necesitar.

En Chile, trabajé en la comunidad de Cerrillo, que había conseguido pararle los pies a Google. Demostraron que el centro de datos [de 200 millones de dólares] que iban a instalar en su comunidad iba a utilizar prácticamente todo el agua potable del acuífero local. Google tuvo que dar marcha atrás.

Ahora, dependiendo del color político del medio, o se buscan chivos expiatorios que canalicen la rabia y el miedo, o se ofrece un repertorio de soluciones personalizadas que se resumen en apriétese individualmente el cinturón, búsquese la vida o pase de todo y disfrute, mientras avanza la dinámica de acumulación, acaparamiento, explotación y erosión de los derechos. Es el capitalismo del desastre.

Creo que los movimientos sociales y las izquierdas institucionales se tienen que responsabilizar y actuar coherentemente con los diagnósticos que se hacen. La cuestión es ver si se puede intentar estar a la altura del momento histórico que nos ha tocado vivir.

Las mayores diferencias se establecen en torno a los ritmos y las estrategias sociales, políticas y/o electorales para lograrlo. Pues bien, no hace falta ponerse de acuerdo en todo. Pueden y deben intentarse transformaciones en todos los ámbitos. Que cada cual empuje donde crea que es más útil.

El movimiento ecologista que yo conozco ha sido capaz de aplicar en todo momento un tremendo pragmatismo utópico.

Creo, como dice Bruno Latour, que la racionalidad ecologista, que reconoce las dependencias materiales humanas y los límites, es la más necesaria en el momento actual.

Nombrar y diseccionar los problemas no es catastrofista. Hay una tendencia a confundir los datos con la catástrofe. La catástrofe no son los datos por malos que sean. Lo catastrófico es extraviar la pulsión y el deseo intenso de estar vivos, de permanecer con vida.

La economía doméstica, las pensiones, o que se pague un seguro de entierro, muestran que las personas son capaces de prever y renunciar a algunos bienes en el corto plazo para hacer menos incierto el futuro. Es catastrofista pensar que los seres humanos estamos incapacitados para desarrollar una racionalidad de la precaución y la cautela.

Pero, en mi opinión, también es tremendamente catastrofista declarar de forma taxativa que lo que sería necesario hacer para afrontar el desmoronamiento de los sistemas socioeconómicos fosilistas en tiempos de cambio climático es inviable políticamente. Es otro tipo de determinismo, que viene marcado por la falta de confianza en lo que las personas pueden comprender y construir en común.

[En Chile] Esa explosión comunitaria no surgió de la nada, sino que se condensó alrededor de pequeños coágulos de encuentro y organización previos. La lucha por las pensiones dignas, la rebelión contra los peajes de pago, la resistencia en las zonas de sacrificio, las violencias machistas, el colonialismo… De no haber existido esos pequeños tumores dentro de la normalidad, hubiese sido difícil articular un movimiento que en dos meses se atrevía a proyectar un nuevo horizonte de deseo.