Un recorrido por la historia de este animal mitológico que llamamos “Internet”. Desde lo distribuido y neutral a lo centralizado y asimétrico, hacia un nuevo escenario de datos, algoritmos e Internet de las Cosas. El paso del esperanzador “Esto es para todo el mundo”, a un mundo de control y atención mercantilizada frente al que debemos forjar nuevas configuraciones técnicas y políticas de la Red.
La Internet-animal mitológico de los 90 es un territorio en el que las identidades personales del “mundo real” no existen, y cada internauta puede presentarse ante los demás con los atributos que desee. En la arquitectura horizontal y no jerárquica de esta Internet, todos somos emisores y receptores y todas las páginas web son iguales las unas a las otras, ya seas de una corporación multinacional o de una asociación de vecinos. La disminución sin precedentes del coste de participación, y la posibilidad de colaborar con otros internautas repartidos por todo el globo en proyectos comunes, promete desencadenar unas transformaciones sociales profundas. La Internet de los 90 promete el reemplazo de las grandes organizaciones tradicionales por mecanismos de cooperación sin incentivos económicos, coordinados de manera ligera y algo difusa. Frente a la verticalidad monolítica de los medios tradicionales, Internet se construye sobre un modelo estructural, que Dave Weinberger definió en su teoría unificada de la Web, como de “pequeñas piezas unidas con poca fuerza”.
En junio de 2017, Facebook contaba con 2.000 millones de usuarios activos; dos de cada tres lo visitan al menos una vez al día. Tanto WhatsApp como Facebook Messenger cuentan con 1.200 millones, e Instagram con 700. Estos cuatro servicios son propiedad de una única compañía, y todos sus datos se almacenan en los data centers de Facebook. Se estima que Google y Facebook tienen una influencia directa sobre más del 70% del tráfico total de Internet, si sumamos el tráfico de sus distintos productos, desde Youtube a Instagram…
¿Cómo será la cuarta era de Internet? Sabemos que si queremos recuperar algunos de sus valores fundacionales, hay algunos puntos de encuentro, consensos desde los que empezar. Necesitamos transparencia y rendición de cuentas de los algoritmos que toman decisiones que nos afectan -lo cual puede requerir de regulación-. Necesitamos un nuevo acuerdo sobre la propiedad y el derecho de uso de los datos que generamos -lo que Sandy Penland llama “un New Deal de los Datos”. Y construir un modelo de “Slow Web”, que prime la calidad de las interacciones sobre su cantidad; que acabe con la tiranía del engagement.
El primer paso para conseguirlo requiere que entendamos que defender “Internet” no es suficiente, porque “Internet” no existe; existen configuraciones técnicas y políticas de la Red, en constante renegociación, y permanentemente amenazadas. Polr eso, forjar un programa para la configuración técnica y política de la Red para la segunda década del siglo XXI es una prioridad que no podemos retrasar.