Autonomía digital y tecnológica

Código e ideas para una internet distribuida

Linkoteca. José Luis de Vicente


Lanzada con poco bombo durante los primeros días de la pandemia, la serie de ocho capítulos DEVS es una de las ficciones de los últimos años con más posibilidades de convertirse en un futuro clásico de culto. Ambientada en un Silicon Valley crepuscular profundamente melancólico, esta historia del cineasta británico Alex Garland no trata directamente sobre la inteligencia artificial: su argumento traza una fábula sobre la computación cuántica, el destino frente al libre albedrío, y la posibilidad de reconstruir cada momento único de la experiencia humana. A Jorge Luis Borges probablemente le habría entusiasmado.

La historia se ha contado mil veces. Si tuviésemos que explicar los orígenes del ideario intelectual de la industria tecnológica –de lo que Richard Barbrook y Andy Cameron llamaron “la ideología californiana”– sus componentes fundamentales son el improbable encuentro hace seis décadas al sur de San Francisco entre hippies e ingenieros informáticos; entre una visión tecnocrática heredada del complejo industrial-militar de la guerra fría, y los deseos de emancipación colectiva y liberación de la consciencia de la contracultura. El legendario Whole Earth Catalog de Stewart Brand (la publicación seminal de la cultura digital), las propuestas del visionario arquitecto Buckminster Fuller, los experimentos de convivencia planteados en comunas como Drop City… fueron caldo de cultivo para emprendedores que como Steve Jobs imaginaron un futuro cercano en que el PC era tanto un acelerador de la eficiencia como una herramienta para la realización personal y la autonomía creativa. Una prótesis intelectual, una “bicicleta de la mente” que nos permitiría llegar a donde no seríamos capaces como especie exclusivamente biológica.

La industria tecnológica se sitúa hoy en su momento más existencial desde al menos los años 90, con la emergencia de la Internet comercial. El movimiento pro ética de la IA cree que los posibles riesgos del Deep Learning y las redes neuronales requieren de un desarrollo controlado y cuidadoso que permita su introducción paulatina en todos los aspectos de la vida cotidiana. Los aceleracionistas defienden que estos miedos son conservadores y que el inevitable desarrollo de la IA traerá consigo una nueva era de prosperidad humana y crecimiento, soluciones al cambio climático y a enfermedades incurables.

…antes que una herramienta de trascendencia espiritual la IA será otro sistema de concentración de poder en un mundo en desigualdad creciente, si no cambiamos algunas de sus reglas fundamentales.

en los años 60 el plástico era un material de liberación porque nos permitía pensar en una nueva cultura material del consumo, más democrática y más fácil. Hoy en día el plástico es un problema de escala planetaria que aparece en los tractos intestinales de todas las especies, que sale del agua potable a través de los grifos de nuestras casas y que ha generado una nuevo mineral fruto de la fusión de sedimentos naturales y sedimentos de plástico prácticamente indistinguibles. No podríamos explicar la historia de cómo un material ha cambiado el mundo si no tuviéramos una colección que nos permite hacerlo y además hacerlo muy bien. Pero hay muchísimas otras.

Mi problema no es que sea Banksy, sino el modelo de exposición empaquetada que viene en una caja, se abre y sirve para todos los públicos. Tenemos suficientes preguntas, fuerza y recursos para no tener que echar mano de la exposición itinerante indistinguible. No enraízan en el contexto y tratan a los espectadores como si fueran un solo espectador.

Es decir, la cuestión no es el qué sino el cómo. También hay una noción de que esos proyectos son necesarios para que vengan gente y yo no estoy convencido de que eso tenga que ser así.

Yo creo que tenemos suficiente preguntas para hacer, suficiente fuerza y suficientes recursos para no caer en la exposición itinerante.

Vivimos rodeados de sistemas de toma de decisiones automáticos basados en datos, que usan algoritmos que no podemos verificar. Esto permite que se lleven a cabo operaciones engañosas, como sucedió en el caso de Volkswagen, en el que los algoritmos alteraban la medición de emisiones en los coches. Es necesario impulsar un nuevo modelo basado en dos principios clave: la transparencia algorítmica en los mecanismos de toma de decisiones y la rendición de cuentas algorítmica, que permite apelar una decisión tomada por un sistema automático.

Un recorrido por la historia de este animal mitológico que llamamos “Internet”. Desde lo distribuido y neutral a lo centralizado y asimétrico, hacia un nuevo escenario de datos, algoritmos e Internet de las Cosas. El paso del esperanzador “Esto es para todo el mundo”, a un mundo de control y atención mercantilizada frente al que debemos forjar nuevas configuraciones técnicas y políticas de la Red.

La Internet-animal mitológico de los 90 es un territorio en el que las identidades personales del “mundo real” no existen, y cada internauta puede presentarse ante los demás con los atributos que desee. En la arquitectura horizontal y no jerárquica de esta Internet, todos somos emisores y receptores y todas las páginas web son iguales las unas a las otras, ya seas de una corporación multinacional o de una asociación de vecinos. La disminución sin precedentes del coste de participación, y la posibilidad de colaborar con otros internautas repartidos por todo el globo en proyectos comunes, promete desencadenar unas transformaciones sociales profundas. La Internet de los 90 promete el reemplazo de las grandes organizaciones tradicionales por mecanismos de cooperación sin incentivos económicos, coordinados de manera ligera y algo difusa. Frente a la verticalidad monolítica de los medios tradicionales, Internet se construye sobre un modelo estructural, que Dave Weinberger definió en su teoría unificada de la Web, como de “pequeñas piezas unidas con poca fuerza”.

En junio de 2017, Facebook contaba con 2.000 millones de usuarios activos; dos de cada tres lo visitan al menos una vez al día. Tanto WhatsApp como Facebook Messenger cuentan con 1.200 millones, e Instagram con 700. Estos cuatro servicios son propiedad de una única compañía, y todos sus datos se almacenan en los data centers de Facebook. Se estima que Google y Facebook tienen una influencia directa sobre más del 70% del tráfico total de Internet, si sumamos el tráfico de sus distintos productos, desde Youtube a Instagram…

¿Cómo será la cuarta era de Internet? Sabemos que si queremos recuperar algunos de sus valores fundacionales, hay algunos puntos de encuentro, consensos desde los que empezar. Necesitamos transparencia y rendición de cuentas de los algoritmos que toman decisiones que nos afectan -lo cual puede requerir de regulación-. Necesitamos un nuevo acuerdo sobre la propiedad y el derecho de uso de los datos que generamos -lo que Sandy Penland llama “un New Deal de los Datos”. Y construir un modelo de “Slow Web”, que prime la calidad de las interacciones sobre su cantidad; que acabe con la tiranía del engagement.

El primer paso para conseguirlo requiere que entendamos que defender “Internet” no es suficiente, porque “Internet” no existe; existen configuraciones técnicas y políticas de la Red, en constante renegociación, y permanentemente amenazadas. Polr eso, forjar un programa para la configuración técnica y política de la Red para la segunda década del siglo XXI es una prioridad que no podemos retrasar.